Un cuento de la Revolución mexicana


«México: tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos»


Este antiguo dicho ha marcado la existencia de la nación mexicana desde la irrupción de sus vecinos como gran potencia mundial, pero entre campesinos, guerrilleros, soldados regulares y locos de todo tipo, esta cercanía –aprovechada siempre desde el norte para sus manejos y poco nobles intereses– podía en cualquier momento ser sinónimo de una venganza definitiva; y jamás México estuvo tan cerca de los gringos como en la madrugada del 9 de marzo de 1916, cuando Pancho Villa echó a rodar esta historia.


V. La tumba de Villa (1/6)


¡Pobre Pancho Villa...!
fue muy triste tu destino;
morir en una emboscada
y a la mitad del camino.
CORRIDO DE LA MUERTE DE PANCHO VILLA



Campesino, fugitivo, guerrillero, general, héroe. Ése fue el ascenso de un hombre con tantas definiciones como lenguas las hiciesen. Ése fue el camino que había seguido Francisco Villa hasta este momento de nuestra historia; el amanecer de un 15 de marzo, cuando después de ciertas caídas y recuperaciones, no se encontraba precisamente en el cénit de su trayectoria.

Su estrella parecía volver sobre sus pasos. Con su ejército diluyéndose a marchas forzadas, y su condición heroica siendo puesta en duda por no pocos traidores, la vida le devolvía de nuevo a sus primitivos pasos de guerrillero en las sierras de Chihuahua. Quién sabía entonces si el Centauro del Norte cabalgaría de nuevo victorioso o al final terminaría encontrándose de nuevo con la tierra; quizás labrándola como cuando era chavo en su aldea, puede que —como muchos deseaban, entre ellos lógicamente los carrancistas que entonces le cercaban— fundido con ella en un abrazo eterno.

Quien no viviera la Revolución, como yo lo hice, o no conozca de fuentes verídicas sus pormenores, no comprenderá las causas por las que Pancho Villa era perseguido por las tropas de Venustiano Carranza, quien por aquel entonces ya se había convertido en el hombre fuerte de México. Habrá a quien extrañe aún más este enfrentamiento cuando sepa que tiempo atrás Villa y Carranza fueron aliados en la lucha contra el dictador Huerta, y que en gustosa unión lograron derrocarle. Pero cuando Carranza alcanzó el poder tras la caída de Huerta, comenzó a abrirse la brecha entre ambos líderes norteños.

La suerte —o la decencia— siempre colocó a Pancho Villa del lado de los perdedores, quizás debido a que, gobierno tras gobierno, siempre era el pueblo el que perdía, y Villa siempre se mantuvo de lado de los humildes. A todos cuanto esto ignoran les contaré ahora cómo tuvo lugar este divorcio.

Tras su sangriento golpe, Huerta tan sólo se mantuvo quince meses al frente de México, desde la primavera de 1913 hasta el verano del año siguiente. Fue expulsado del poder por los mismos que habían echado a Porfirio, y prácticamente siguiendo los mismos pasos. No habían luchado Villa y Zapata durante meses contra un primer tirano para dejar el poder a esas alturas en manos de otro hombre igual al que habían combatido. Y vencido.

Sin embargo, fue Venustiano Carranza quien comenzó las hostilidades contra Huerta. Desde su puesto de gobernador de Coahuila decretó la ruptura del pacto federal, lo que hacía que la soberanía volviese a los estados mexicanos, en lugar de pertenecer al poder central. Se cumplían por entonces tres largos años de Revolución, y muchos se sumaron de buen grado a la labor de derrocar otro tirano. De esta manera, convencidos de que les resultaba igual el bocado de perro que el de perra, el Norte y el Sur volvieron a alzarse en armas.

Pancho Villa en Chihuahua, Álvaro Obregón en Sonora o Emiliano Zapata en Morelos, entre otros, se sumaron a Carranza y combatieron al ejército federal de Huerta. La guerra volvió por los derroteros que había tomado en los primeros tiempos de la Revolución, cuando el enemigo aún era Porfirio.

Mediante acciones aisladas, siempre con el apoyo de las clases populares reconvertidas en milicias, y sin necesidad del enfrentamiento en grandes batallas, lucharon contra las huestes del asesino Huerta.

El Ejército Federal terminó sucumbiendo a este hostigamiento y se rindió hacia verano del catorce, disolviéndose. Muchos de sus oficiales se reengancharon en alguno de los nuevos bandos que estaban a punto de nacer, mayoritariamente en el menos reformista de Carranza. Y es que a los que no movió a las armas la búsqueda de la libertad contra un dictador porque ya provenían de tradición castrense, cumplían a la perfección aquello del parasitismo social y el escaso entendimiento de esa clase, la militar, que cuenta la coplilla; y no sabían hacer otra cosa que mandar a cuatro incautos o aprovechar su puesto de poder para oprimir a muchos más de cuatro. Como había sido toda la puta vida.

El primer día de octubre de ese año catorce los vencedores alcanzaron la capital, consumándose su triunfo, y se citaron para el día diez del mismo mes.

La Convención Revolucionaria tuvo lugar en Aguascalientes, y en ella nacieron los desacuerdos que hicieron tomar a Villa el camino que, mucho tiempo después, nos había llevado hasta aquel cerco.

Durante la Convención de Aguascalientes todos los grupos revolucionarios mostraron sus diferencias. Villa continuaba promoviendo una liberación de las clases más desfavorecidas: expropiar a los ricos para dar a los pobres. Continuar desde el poder la labor que llevaba haciendo en el monte desde siempre. Su programa agrario también pensaba en el día después de la guerra. Preveía el reparto de tierras entre huérfanos, viudas y demás damnificados, así como entre los soldados, reintegrándolos de este modo en la sociedad civil.

Zapata, por su parte, defendía la autonomía regional, el autogobierno de los distintos pueblos mexicanos y, por supuesto, la redistribución de las tierras. Pronto ambos bandos vieron sus indudables coincidencias y se mostraron como buenos aliados.

Las tesis de Obregón también eran similares: buscaba desarrollar los movimientos obreros y dar protagonismo a los pequeños agricultores.

Mientras tanto Carranza, germen y Primer Jefe del movimiento antihuertista, se mostraba más partidario de establecer de nuevo el orden en un país asolado por años de guerra que por efectuar verdaderas reformas sociales.

—Señores —había hablado Carranza ante el afamado auditorio de Aguascalientes—, es prioritario mantener el orden interno. No podemos regir sin contar con la ley. Sin ley no es posible una Nación.

—Sin hombres no hay Nación posible. Y si no tienen qué comer, tampoco quedarán hombres en México —replicó Zapata.

Villa y Zapata se mostraban firmes en sus posiciones y no admitían la menor postergación de tan necesarias reformas.

—No es posible acelerar movimientos sociales de ese calado sin una base jurídica que los ampare —defendió Carranza, tratando de convencer a los dos líderes agraristas—. Obrar así nos llevará de nuevo a la guerra civil.

—Obrar así nos llevará al pan —zanjó Villa—. Y llegaremos al pan, no lo dude, don Venustiano.

Viendo tan abierta oposición —los jodidos pobres, siempre pensando en comer, y los jodidos Villa y Zapata, siempre de su lado—, Carranza se retiró de la Convención. Obregón, a pesar de que sus posiciones eran más cercanas a villistas y zapatistas que al Primer Jefe, se quedó de lado de éste, manteniendo sus tropas fieles a Carranza. Entre los que allí quedaron, Villa fue elegido como Jefe y ocupó la Ciudad de México. Carranza, que sin el apoyo de Villa carecía del poder militar suficiente para controlar el país, se retiró a Veracruz. Desde allí se preparó para acabar con Zapata y, especialmente, con Villa y su poderosa División del Norte.

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